domingo, 13 de junio de 2010

HUELPÁN, EL INDIO PÁJARO

Huelpán, el indio pájaro Nov.2007


Huelpán escuchaba con atención a sus mayores, cuando contaban que fueron echados de los territorios de Buenos Aires, por la fuerzas de los hombres blancos o huincas.
Cada vez los empujaban más al sur donde la tierra y el clima eran peores, y difícil de existir.
Pero la ambición crecía y la gente quería más tierra para poblar. No era difícil…solo había que correr a los indios.
Así llegó a la Patagonia un ejército con la finalidad de vencer a los Mapuches y detrás de ellos iban los salesianos para darle una nueva religión.

Una avanzada a cargo del Teniente Aristóbulo Martinez, fue sorprendida por la envestida de un grupo de no más de diez indios de lanza, que dejaron un saldo de tres soldados muertos. En el reporte, el Tte. , escribió, que: Los indios eran muy jóvenes y que uno de ellos atacó por sorpresa como si fuera un ¡pájaro gigante! Bajaba con gran destreza los cerros montando un caballo oscuro y cubierto por ponchos negros, que movía como alas. Vociferando gritos como si fuera un águila. Agregó que: Mandó tras de él, pero era diligente pa´ la montaña y se le escapó, como si volara…

Repetía: ¡Ese indio difrasao es un mal ejemplo para mis soldados, y en una forma u otra voy a acabar con el desgraciado!

El indio pájaro empezó a preocupar a la milicia. Salían con temor de encontrárselo cara a cara, y por las cosas que se rumoreaba era muy bueno en el ataque y difícil de acabar con él.

El Tte., preparó la trampa:

____Cuando aparezca el pajarraco...toditos me lo apuntan con el Remingtón...hasta bajarlo…Dispués de muerto les sacuden a los demás.

Y agregó el ambicioso Tte.:

____Le doy de recompensa mi caballo a quien me trae sanito para Mí, el caballo oscuro del indio pájaro…Que salta como una langosta…¡Es único ese pingo!

Una veintena de desalineados soldados y un sargento mayor, salieron hacer una avanzada, para después ocupar territorio.
En un cañadón fueron sorprendidos por las lanzas del indio pájaro. Despavoridos y desorganizados trataron de parar la indiada. El sargento siendo fiel al mandato y a la tentadora recompensa, organizó el piquete con los fusiles…
Se escuchó: ¡Fuego! …Y un ruido unísono de diez disparos por lo menos le pegan al joven pájaro. Tumbado y herido de muerte se arrastraba para no soltar a su caballo. El sargento se le acercó, le manoteó las riendas y se dispuso a rematarlo con un tiro en la cabeza.
Huelpán sabiendo el final, gritó y sentenció una promesa para su pueblo:

___¨Huelpán no morir nunca….Huelpán vivir siempre en las montañas, en los pájaros, en los caballos…los zorros…¡Siempre va estar con su pueblo!¨.
Un disparo con el Lafaucheux terminó con el indio, el pájaro y su lucha. El pingo oscuro finalmente se lo quedó el Tte. Martinez. Cuentan que terminó en una subasta del ejército, y como principal atracción saltando en un circo.

Pasaron los años y nadie se acordaba de esta historia y de esta promesa.

En un pueblo de Buenos Aires, un panadero italiano tenía preñada su yegua blanca, a punto de parir. Llegó el día, y nació un hermoso potrillo negro. El Tano se percató que el caballito tenía marcado en su frente un par de alas de pájaro, que en pelo blanco resaltaba. Se inspiró y le puso el nombre de Lechuzo.
Lechuzo era un caballito especial, le gustaba subir a cualquier lugar alto. De repente aparecía arriba de un galpón o sobre un montículo de arena. El dueño estaba cansado de bajarlo:
___Te parecere a uno chivo….Lechuzzo___ Decía el Tano.

Cuando de grande, hacia el reparto de pan y siempre se subía a la vereda y era memorioso para recordar a los clientes.
Sus años de juventud se le fue tirando del carro del panadero. Al venderse la panadería, Lechuzo cambió de dueño y a un carro de sifonero le tocó cinchar sus próximos diez años.
Su hermoso paso, su trote, su prestancia de un criollo, lo fue perdiendo con el tiempo. Ahora quedaba ese matungo de espinazo curvado, de paletas salidas, y por bien que comiera siempre estaban sus costillas a la vista. Sus vasos ya nadie le importaba devasarlos. Pero había algo en él que lo hacía distinto de los otros caballos, siempre levantaba su cabeza y miraba al Sur como si algo lo llamara. Sus orejas las alineaba como si estuviera escuchando ¡un chiflido!
Su rendimiento no justificaba mantenerlo, así que su dueño lo regaló para una escuela de chicos diferentes. Lo rebautizaron Chupete y lo amaban por su mansedumbre. ¡Fue la alegría de muchos niños!
Un día se entreveró con otros caballos y lo cargaron para un frigorífico. Se escapó y… nunca se supo como hizo para saltar el alambrado.
Caminaba al Sur, ya sin dueño y sin nada para ofrecer. Era la imagen de un caballo viejo, flaco, vencido por los años. A la noche miraba al cielo como si se guiara por las estrellas ¡Olfateaba el horizonte!
Sus vasos deformados, sus crines y cola llenos de abrojos, su cuero lastimado…se agusanaba. Pero siempre ¡No faltaba un paisano! que lo enlazara, lo alimentaba, lo curaba y lo dejaba ir.

En un pueblito de la Patagonia -donde la tierra nunca valió nada- estaba afincada una pequeña comunidad Mapuche, que mantenía con recelo sus tradiciones y lengua.
Los cateos dieron con el petróleo y la tierra ahora valía por lo que tenía abajo. Una empresa gringa se decidió por la explotación y los indios molestaban. Así que se les propuso hacerle un pueblo nuevo, con casas y hasta un parque de diversiones.
Las propuestas eran en serio, y se estableció el día para la entrega del pueblo y los gringos darían -al parecer- el resto.

En medio de la ruta se clavó un palco y un atril para el discurso, y una jarra de agua bendita para bendecir la obra. El pueblo estaba reunido y resignado a entregar sus tierras. Un grupo de criollos mapuches de otras localidades venían a ver el gran acontecimiento del progreso, montados con sus mejores pilchas y caballos. Hacía décadas que no se veían tantos indios juntos.
El palco estaba repleto con la gente más importante de la comunidad, junto a dos o tres gringos de la petrolera. A lo lejos parecía que se venía el desfile indio. Esperaban que se acercaran para empezar con el discurso.
De un cerrito, venía bajando…una sombra…Que al acercarse iba tomando la figura de un caballo y ¡Al parecer negro! Cruzó al gentío y se puso delante del desfile. Marchaba al frente un caballo viejo de triste decrepitud, sucio, lastimado, rengueando, sus vasos parecían alpargatas desflecadas y su lomo se asemeja a un tobogán de plaza. Caminaba con orgullo y decisión. Todo el mundo comenzó a reírse de tan triste espectáculo. Un anciano comedido lo tomó de los crines y trató de sacarlo. Observó que en su frente tenía dibujado unas alas de águila. Pegó un grito: ¡Es Huelpán!.....es Huelpán! es ¡Huelpancito…!
Y le ató una bincha en su cabeza. Se acercó otro viejo y le prendió un poncho negro y otro le puso uno más.
El viento hacía que los ponchos se movieran como si fueran alas…¡Dando una imagen de un pájaro gigante!
Una palabra, un nombre retumbaba en el valle: ¡Huelpán….Huelpán…!
El gringo que se prestaba a iniciar el discurso dijo medio embroma:
___¨Si es un circo lo que está llegando ¨
El intendente que algo de sangre india le quedaba, dijo:
¡Es Huelpán!….¡Canejo!
Un capitanejo revoleó su baleadora al atril y al gringo lo tiró:¡Al carajo!
Otro, en lazó al palco y toda la comitiva: ¡Al suelo!
Juntaron las maderas del palco, más la maqueta del futuro pueblo y le prendieron fuego. No faltó que los criollos trajeran algunos corderos carneados y damajuanas de vino.
Entre su pueblo estaba Huelpán ¡Como si fuera un guerrero que vino a defender a su raza¡
Festejaron, comieron y chuparon. A la mañana todos estaban dormidos en la calle.
Alguien se dio cuenta que Huelpán, estaba tirado en el suelo. A un anciano se lo escuchó decir:

__¡Pobrecito…se …le reventó el corazón de…viejito!

Estaba frío, con sus cuatro patas rígidas y su boca entreabierta -que dejaba ver a su carencia total de dientes- y de sus ojos abiertos escapaba una mirada casi humana.
Un joven se acercó, se desprendió sus espuelas y se las ató en las patas, otro le arrimó su facón, y un borrachito le dejó su porrón de ginebra…Otros boleadoras y un lazo. El cacique y algunos capitánejos trajeron piedras y se las acomodaron en su alrededor; y todo el pueblo colaboraron con piedras y piedras de todos los tamaños, hasta que lo taparon.
La última seria para su cabeza. Y asombrados se dieron cuenta que: En la frente ya no tenía mas un par de alas dibujadas…ahora lucía ¡una estrella! Miraron al cielo y siguieron el vuelo errante de un águila hasta que se posó sobre una piedra. ¡De hay, el nombre del pueblo: ¨Piedra del Aguila¨!

Todos los años, las maestras rurales traen a sus chicos para ver el monumento de Huelpán. ¡El de la Dignidad y Orgullo indio! ¡Y todos corren para colaborar encimando más piedras! ¡Para hacerlo más alto!…

¡Por la dudas…para los olvidadizos!



LEON BOUVIER
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EL PONCHO PAMPA DE KAWELL

EL PONCHO PAMPA DE KAWELL


Como todos los días, Túten, una india de no mas de 20 y tantos años, embarazada de su quinto hijo y ¡a punto de parir!, salió con su yegua a buscar ramas secas de caldén, para hacer el sancocho diario.

A media legua estaban los toldos de su tribu Mapuche. Completada la carga se disponía a regresar, cuando entre sus piernas sintió el calor del derrame de su panza. ¡Tenía experiencia, y sabía arreglársela sola! Llevó a la yegua a un pajonal alto y en el suelo acomodó un cuero de oveja, enredó entre sus dedos la cola de la potranca, se paró detrás del anca y abrió sus piernas e hizo ¡fuerza mientras pegaba un grito! Un llanto de un fornido indiecito la regocijó; lo tomó entre sus manos y cortó a cuchillo la tripa que los unía, la anudó y lo cubrió con su poncho. ¡De lejos parecía que la yegua lo hubiera parido!

A su regreso a los toldos, las chusmas la rodearon y el viejo chamán le puso el nombre que marcaría su destino al recién nacido: “Kerfü Kawell¨, que quiere decir: ” Crin de Caballo”. Sus hermanos y compañeros de juego lo llamaban simplemente Kawell, y los Salesianos lo bautizaron con el nombre de Quintino Gauna.

Se crió como todos los niños indios ¡amando la libertad! Casaba con boleadoras, escuchaba a los mayores y aprendía toda ciencia que se relacionara con los caballos.
Pasaban los años y Kawell se había hecho un indio sabedor de los secretos de la doma de palabra, el de curar bicheras, y de sacarles los espíritus malos con la sangradas. Podía memorizar los nombres y el pelo de ciento de yeguarizos de una tropilla ¡No existía en toda la Patagonia alguien que supiera más que él! ¡Hasta se decía que conocía a los caballos por el ruido de sus pasos! Cuando más pasaba el tiempo más se agrandaba su saber, y no existía estanciero, veterinario o milico que no lo buscara para hacerle alguna consulta…ya sea para ¡comprar, curar o seleccionar! la caballada para la milicia.

Se amancebó con una de su tribu, le construyó un rancho de barro y ella le dio unos cuantos hijos. Con madera de algarrobo y tiento de cuero, le confeccionó un telar para que tejiera sus prendas.
Cuando tenía que ganarse un cobre, trabajaba de tropero, llevando hacienda o caballada de una estancia a otra. Desaparecía por meses. Siempre se lo reconocía por montar a pelo, por sus gritos en mapuche y las pilchas que calzaba: ¡Una bincha que le sostenía el pelo, un chiripá, botas de potro, espuelas y unas boleadoras atadas a la cintura! En verano andaba en cuero y en invierno campeaba el viento y el frio con su ¡poncho pampa! que le tejió su china, y que lo cubría hasta los pies. Hablaba en su lengua y entendía el castellano ¡Era reservado y observador!

A comienzo del 900 apareció por el Chubut un estanciero de Buenos Aires, que andaba buscando caballos ¡puros criollos!, que no se hubieran mestizado con otras sangres. Decía que era para resguardar a la raza ¡criolla argentina!, que por la selección natural se habían hecho fuertes, aguantadores y diligentes para el trabajo. Había una tribu, del cacique mapuche Liempichín ¡que tenía muchos de ellos!
Que mejor que Kawell o Don Quintino -como quieran que lo llamemos- para consultarle. Es así, que con sus conocimientos eligió los mejores criollos puros -más de 200 fueron- potros, yeguas, algunas preñadas y otras con sus potrillos ¡de todo tipo de pelo y alzada!
Lo contrató para que acercara a Buenos Aires la tropilla que compró. En dos meses llegó al pago de Ayacucho con su encargue completo y sano.
Don Emilio, el dueño de la estancia, lo conchabó como peón y cuidador de sus pingos criollos.
Quintino estuvo unos años trabajando. ¡Pero él había nacido indio y a un indio no se hallaba entre casas y alambrados!
Un día le dijo a Don Emilio que le habían ofrecido llevar una tropa de vacunos para el lado de Chile, que se ausentaría un tiempo y que después vería que hacer.
El estanciero sabía que lo iba a echar de menos y le dijo:

____ Mire Don Quintino, le voy a pedir el último favor...baya y tráigame una yunta de lo mejor de nuestros pingos.

Para sorpresa del estanciero se apareció con dos potrillos de año y medio más o menos.

____¡Este es Mancha y este es Gato!___ Dijo Quintino.

Una risa soltó Don Emilio, mientras le decía:

____ ¡Pero hombre si se los voy a regalar! ¡Son potrillos como los va a llevar!

Quintino sorprendido por el ofrecimiento ¡confundido!, si a él jamás nadie le regaló nada y menos dos caballos.

___ Tenérmelo patrón, algún día ser grandes y Kawell venir a buscar__ Dijo Don Quintino

A la semana, Don Quintino, estaba listo para su partida.


Los criollos no lloran pero las lágrimas son traicioneras, y ambos en el fuerte abrazo mojaron sus hombros.

____¡Tome lo prometido paisano! ___Dijo Don Emilio.

Extendiendo su mano le alcanzó una fotografía, que tenía de Kawell con sus dos potrillos -que la había tomado en el último invierno- y le regaló ¡su facón encabado en asta de siervo!
Un ¡Huija! gritó Kawell, taloneó a su reservado y en cuero partió.
Ya era tarde cuando se percataron del imperdonable olvido del indio: Encontraron sobre su catre, a su poncho pampa, plegado. Nunca se supo si no lo había dejado apropósito como regalo para Don Emilio, que por el temor a que se lo rechazase, o quizás fue un pretexto para ¡volver a buscar! a sus pingos en el futuro.

Nunca más se supo de Don Quintino, desapareció de la Patagonia y de Buenos Aires. Algunos decían que andaba por el Sur de Chile como arriero, otros que había muerto en un cruce de la cordillera.
La verdadera historia era distinta:
Don Quintino llevaba hacienda para el Pacífico, en donde la despachaban para Estados Unidos. Se familiarizó con la gente del puerto y ya entrados en años cargaba huano en los barcos. Se hizo changador, y un barco lo llevó a Norteamérica. En San Francisco la empresa naviera lo dejó a él como a tantos otros chilotes, abandonados ¡sin plata ni documentos! ¡Kawell nunca supo realmente donde estaba!, y con el tiempo lo contrataron unos mexicanos para cosechar sandía. Al final de la década del 20 andaba por Nueva York, viviendo en la intemperie ¡haciendo cola en la olla popular y vestido con ropa de caridad! Era un pordiosero más de los tantos que la crisis del 20 dejó en la calle.
Se reunía con un grupo de hispanos, de negros e indios americanos. Compartía sus piojos, su ron y sus cigarrillos. Nadie sabía su nombre…y si un indio le preguntaba ¿de qué tribu era?, él contestaba:

___ ¡Yo Mapuche!

___Mi Navajo __Decía el indio americano.

___Mapuche___ Repetía Quintino con orgullo.

___Tu Comanche ¡Mapuche no existir!__ ¡Tu Apache, no Mapuche! __Decía el indio Navajo.

Finalmente lo conocían por el Apache. ¿Qué ironía?

En sus largas borracheras, deliraba y balbuceaba en su lengua mapuche:

____¡Paisano küpan kintun! (paisano venir a buscar)

___Ñi Che, yenien ñi mapu. (Mi gente llevar a mi tierra).

___¡Kawell criollo ñi küpan! (Caballo criollo buscarme).

Repetía estas palabras que ¡nadie entendía! todos los días, hasta que se quedaba dormido sobre la vereda.


En Argentina una inesperada visita y propuesta escuchó Don Emilio. Un gringo quería unir a la Argentina con los Estados Unidos a caballo, y que mejor ¡que dos caballitos criollos para la gran hazaña! El gringo trataba de convencer al criador, cuando ya el estanciero estaba pensando que yunta elegiría. Le hizo…una seña a su peón y le habló en el oído.
Al rato le trajo encabrestado dos pingos:

__Este es Gato y este es Mancha ___Dijo Don Emilio.

Agregó:

___Fueron elegidos por Don Quintino, un paisano que sabía mucho de criollos__ Y esté seguro que ¡estos dos pingos! lo va llevar a su meta___

___Llévelos amigo____

___Después, me los trae ¡para que se mueran de viejitos en su tierra!__
Dijo Don Emilio, mientras le apretaba la mano a Don Aimé.

En abril del 25, partió Don Tschifeely con Gato y Mancha rumbo a Norteamérica. Entre sus pertenencias llevaba un regalo que le hizo Don Emilio a último momento: ¡le entregó el poncho pampa de Don Quintino! que había quedado en sus manos.

Así comenzó la odisea. ¡Es conocida la travesía de estos dos caballos argentinos! Desafiando las alturas, los desiertos y la sed -¡y solito comiendo pasto al paso!- recorrieron más de 4000 leguas, llegando a Nueva York, en Septiembre del 28.
¡Infinitas noches frías y vientos huracanados cubrió el poncho al jinete!
Trajeado a lo gaucho con la bandera argentina en una caña, avanzaba Don Aimé por la Quinta Avenida.
La gente miraba con extrañes y admiración a este gaucho, que con su caballo recorría los pocos metros que le quedan para ser recibido por el alcalde.

Un viejo desaliñado de larga cabellera blanca, tirado en la vereda y con la oreja sobre el piso, comenzó a balbucear:

___¡Trelpong….trelpong kawell….kawell criollo!__(¡ Es el trote de un caballo criollo!).

Se levantó, caminó hacia la Quinta Avenida, y vio que a no más de cien metros venía ¡un gaucho con una bandera celeste y blanca! ¡Montando un criollo! ¡Como saliendo de un sueño sentía que se le deboca el corazón! ¡Corrió!
El viejo indio abrió sus brazos y fue a su encuentro ¡Sorprendiendo al triunfante jinete!; gritando con llantos de alegría, y exclamando:

___ ¡Küpan kintun ñi Paisano!___ (¡Venirme a buscar paisano!)__

___¡Huinca Gaucho!___(¡Gaucho!)___

____¡Llenen ñi mapu Argentina!___ (¡Llevar a mi tierra Argentina!)___

___ ¡Ñi Mapuche!___ (¡Yo Mapuche!)___

___¡Lalen ñi mapu che!___ (¡Morirme en mi tierra mapuche!)___

Fijó su mirada al caballo y le gritó con fuerza:

___¡Kawell!

Y el pingo clavó sus patas de repente y sus orejas las alistó al frente como ¡si conociera ese grito! desde que era potrillo.
El jinete espoleó al animal…y por primera vez ¡desde que salió de Buenos Aires se negó a una orden! Sorprendido miró a ese anciano, que con sus ojos opacados por los años de soledad y de tristeza, se le acercaba pronunciando algunas palabras que le eran familiares.
El indio que avanzaba con los brazos en alto y abiertos ¡se abrazó al pescuezo del caballo!, y llorando tocó la bandera:

__¡Mapu Argentina!___ Balbuceó.

___Recadito, basto, lasito, ñi estribos___ Decía despacito.

Aimé estaba desconcertado, no entendía como un indio americano supiera tanto de su tierra. Lo seguía con la vista mientras el indio manoseaba al caballo. Pero de repente sintió como ¡si un puñal le atravesaba el alma! y un escalofrió corrió por todo su cuerpo.
El indio pronunció con ternura y pesar:

___Manchita, Manchita, Mancha…¡Ñi Mancha Kawell!

Miró al sorprendido jinete y mientras se golpeaba el pecho con su temblorosa mano, decía:

___¡ Ñi Mancha, ñi Mancha, Ñi Kawell!____(¡Mi Mancha, mi Mancha, mi caballo!).

Solo doscientos metros le faltaba a Aimé para llegar a su ansiada meta, donde coronaría la grandeza de sus pingos, pero ese hombre que abrazó a su caballo ¡había cambiado todo!
Desmontó, tomó ¡el poncho pampa que tenía olor a su tierra y el polvo de veinte naciones!, fue al encuentro del paisano, ¡se lo puso por la cabeza y lo cubrió hasta los pies!, lo abrasó con toda sus fuerzas…y un nudo en la garganta impedió que le saliera una sola palabra. El anciano balbuceaba palabras de alegría y a la vez cortadas por el llanto:

___¡Ñi poncho pampa, ñi ponchito pampa!

La gente empujaba al indio y obligaba con los aplausos y las ovaciones a que el Gaucho Argentino finalizara su gran epopeya.
Aimé continúo, y en sus últimos metros repetía en voz baja:

¡Poncho Pampa!
Tejido por manos indias
Dibujado por el destino
Con su trama de hilos oscuros
¡Y salpicado de cruces blancas!

Atrás quedó ese enigmático indio, que entre la multitud repetía:

___¡Ché këlleñutun kuifiwëla!

____ ¡Ché pailalen! ___ ¡Ché pailalen!___ (¡Hombre llorar largo tiempo, Hombre estar en paz!).


Al día siguiente en el The New York Time -en su primera plana- la ocupaba el jinete argentino con la bandera patria, llegando a su meta con su caballo Mancha. ¡Glorificando la fama del criollo argentino! ¡Bien ganada! después de recorrer tantas leguas. Mas abajo en un subtítulo a pie de página, apareció:

”El frio se cobró otra víctima…La policía halló sin vida a un pordiosero, tapado por un poncho. Sin nada que lo identificara. Y entre sus pertenencias encontraron ¡un pequeño cuchillo con mango de asta! y ¡Una descolorida foto de un indio con dos potrillos!”


Junio 007 LEON BOUVIER

lunes, 10 de mayo de 2010

La Promesa

LA PROMESA


La milicia cumplían estrictamente las órdenes del Coronel Falcón: ¡Cagar bien a golpe.... a todo aquel que se resistiera a la autoridad!

Frente a la fábrica de jabón Vasena, estaban apiñados un centenar de obreros, que daban fuerte resistencia; lanzando piedras, palos y puteadas a los milicos, que montados a caballos ¡sacudían sablazos! a todo lomo y cabeza que se les cruzara.
Atrás de unos barriles –amontonados- estaban los cabecillas de la revuelta: tres o cuatro obreros enceguecidos por la bronca, y un par de jóvenes anarquistas del movimiento “Sin Yugo ni Patrón “. Encabezado por el Tano DiJovanni, que en un pésimo castellano incitaba a sus compañeros a no tener miedo y a resistir hasta las últimas consecuencias, y el otro era Libertario Gómez -el más violento-, lo apodaban el Tarta ¡por no poder gesticular palabra! sin que se le trabara la lengua. ¡Empujaba e incitaba! a los huelguistas, y enfrentando de cerca a la partida, ¡le tiraba con la gomera! bulones a los caballos de los milicos.
Como era de esperar ganó el poder, echaron a los revoltosos… a otros los molieron ¡bien a palos!, y al Tarta y al Tano un par de meses a la sombra, después una ¡patada en el traste y hacer quilombo en otro lado!

En un viaje en el Lacroze, Libertario conoció a Natalia, una obrerita textil encargada de unir los carreteles en los telares. De una silueta armoniosa y con una mirada dulce que se escapaba de sus ojos ¡únicos! Libertario apenas se ¡percató que eran de distinto color!: uno verde y el otro marrón. Sus allegados la llamaban ¡La Zarquita! Una amiga le contó que para que te pueda hablar un ¡tartamudo! le tenía que tapar las orejas con las manos, y…así lo hizo Natalia…y Libertario pudo expresar su amor y charlar cada vez que se encontraban. Se enamoraron locamente, alquilaron un cuarto en una pensión por la calle Perú. Con el sueldo de ella comían y pagaban el alquiler. Libertario por sus antecedentes no conseguía trabajo permanente. Pero se daban pequeños gustos: de salir los fines de semanas a pasear en tranvía y comer un pucherito con vino tinto. Otras veces aparecían por el cinematógrafo de la calle Suipacha donde ¡veían una y otra vez! la misma película de amor. Y fue una de ella, la que les dejó sin querer un ¡mensaje! ¡Quizás una alternativa! La miraron desde el principio al fin por primera vez, y en la segunda…al encargado de la proyección se le trabó el celuloide justo cuando la pareja pasaban su mejor momento ¡con un teatral beso!; más de quince minutos tardaron en poner en marcha el proyector, se levantaron sin ver ¡el triste final, que ya conocían! y se fueron impresionados por ese ¡beso eterno!
No era extraño que terminaran en un bodegón del Paseo Colón bailando tangos y milongas.
Nunca pagaban la consumición, los parroquianos los invitaban con la comida y los convidaban con vino. Era un placer verlos bailar: por los movimientos ondulantes de la cadera de Natalia, la desnudes de sus piernas, y por su fatiga arrítmica que hacia subir y bajar sus pronunciados pechos. Mientras que Libertario la empujaba, ella ¡subía! su torneada pierna sobre el cuerpo de él, como diciendo:
¡Acá la tenés!... ¡pero hoy no! …Haciendo transpirar a más de uno. Con un aplauso y brindis terminaban la velada.
Todos los días al yugo, y los fines de semana ¡meta milonga!
Las noches en que Libertario no aparecía a cenar, Natalia ya sabía que ¡seguro! estaría apoyando a una huelga, pintando carteles o fabricando ¡miguelitos con clavos! No pegaba un ojo hasta que escuchaba sus pasos. Más de una vez tuvo que llevarle milanesas y huevos duros a la camisería. Eso si, con miseria o sin ella siempre comían ¡de garrón! en los bailes donde sus fama llegaba.

Se amaban más de lo que pensaban…¡intuían! que la lucha, las injusticias, el hambre, la miseria, la cárcel misma, iba a terminar gastando y finalmente ¡destruyendo su pasión!...¡su gran amor!
Al mirarse a los ojos, ambos ¡se decían sin pronunciar! palabra alguna: ¡el triste final de la pareja con el tiempo! ¿Cómo guardar? para ¡la eternidad! los momentos de inconmensurable felicidad que poseían…¡En el hoy!, en este presente. ¿Cómo evitar la pérdida irrecuperable del amor?... ¡Cómo hacer para que ese amor sea eterno! Sabían la respuesta, no la hablaban. Solo existía una forma de ¡eternizar el presente!: Se hicieron ¡La Promesa! y sellaron el pacto con un beso.

En el último día del año, después de cenar juntos irían a una fonda del riachuelo a bailar toda la noche. Y antes del amanecer, Libertario se encargaría de ejecutar el pacto.
Natalia lentamente se deshizo de su ropa, libros, las ollas y cobijas. A la ¡gata y al cardenal! se los dejó a la dueña de la pensión.
Festejaron la navidad con amigos, el 31 desde la mañana Natalia se vistió con sus mejores pilchas y botines. No estuvo en contacto con Libertario en todo el día. Como habían arreglado en La Boca a las 10. Las 10, las 11... las Dos...las Tres…¡Libertario no apareció! Natalia retornó defraudada y muy dolorida a su pensión, no entendía nada, no podía creer que el hombre ¡de su vida la había traicionado! Recorrió las camiserías como de costumbre…¡nadie sabía! del destino de Libertario.

Nunca más tuvo un hombre en su vida. Con los años se la veía vendiendo claveles y rosas en los bares de la calle Corrientes, en la salida de los boliches del Paseo Colón o en La Boca.
En los cincuenta atendía un puestito de flores por la Av. Mendoza, frente al riachuelo.

Una tarde de invierno con una llovizna que hacia resaltar los contornos de los barcos y el brillo de los adoquines. Vio acercarse a un hombre de rostro marcado por profundas arrugas, que ¡delataban su triste vida!

___Perdón, me permite ___¿Usted es la señora Natalia?___ Dijo mientras se acomodaba a su lado.

Ella asentó con su cabeza y le hizo un gesto con la mirada invitándolo a hablar.

___Soy Gerónimo Rivera, el compañero de lucha revolucionaria....de Libertario Gómez.

___¿De Libertario...de Libertario...de Libertario Gómez...?__Dijo ella, como sacando
del fondo de su memoria a ¡ese nombre! que fue tan importante en su juventud.
El viejo idealista continúo:

___Libertario siempre me hablaba de Usted en la cárcel. Y era lo único, ¡ le aseguro! que le daba felicidad, y más de una noche de insoportable frío ¡gritaba su nombre! para apalear el sufrimiento.

Natalia empezaba a aumentar sus bocanadas de aire.

___ Nosotros apoyábamos a los compañeros obreros del frigorífico La Negra. Vino la partida y nos levantó. Nos engrillaron y fuimos a parar a la cárcel de Las Heras, dos meses o tres a oscura en el solitario.___Hizo una pausa por emoción o bronca, continuó:

___Después en la bodega de un barco nos llevaron al penal de Ushuaia, y allí tuvimos juntos ¡por más de cinco años!___
___Finalmente nos liberaron y conseguimos trabajo en una estancia de Río Gallego.__

La mujer continuaba con su mirada clavada en los ojos de esa persona que le hablaba de su ¡único amor en la vida!: ¡Libertario!

__Apoyamos con firmeza los reclamos de nuestros compañeros peones de estancias y estibadores de la lana. La lucha fue dura. Nos mandaron… el ejército y ¡el hijo de pu...perra! de Varela nos ca...¡sacudió! a tiros.___ Continuaba Gerónimo mientras movía la cabeza en señal de impotencia.

___Yo pude ¡rajar para Chile!, pero...a Libertario...lo agarraron...y junto a más de cuatrocientos peones...¡Peones revolucionarios!

Una eterna pausa, y las peores palabras en su vida escucharía Natalia.

___Los fusilaron en La Juanita__ En una fosa común está Libertario.___Murió....
como mueren los revolucionarios, Señora mía____ ¡Siempre envidié su muerte!

Natalia se levantó con su canasto de flores, cruzó la avenida, y se sentó a lado de un acopio de arena -que una chata arenera la había bajado el día anterior. Miraba las manchas de petróleo del riachuelo, que con el movimiento del agua reflejaban múltiples colores, como si ¡barajaran viejas fotos de su vida!
Sus lágrimas se contenían en sus ojos…hasta que corrían por sus mejillas. Con sus manos juntó un montículo de arena y ¡fue clavando sus flores! con esmerada prolijidad. Indicando quizás… el lugar de la frustrada cita o ¿quizás?... tratando de llegar a la tumba, de su único amor en la soledad de la Patagonia.
La cubrió la noche y retornó a su puesto de flores donde la esperaba Gerónimo, que al verla le quiso alcanzarle unas monedas, por la venta de unos ramos. Ella apretó las viejas manos de ese idealista ¡el último anarquista! que quedaba todavía con vida:

___Gracias...Gracias...___Dijo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas de ¡gratitud!
Caminó un par de metros, y se dio vuelta:

____¡Gerónimo!...le dejo...el ...puestito…¡qué mejor que un anarquista...Que ...entregue rosas y claveles...!___Dijo mientras lo saludaba ¡con un brazo en alto y puño cerrado!

Nunca se la volvió a ver. Algunos dicen que se fue con una hermana, y otros dicen que murió en un asilo municipal.


Pasaron los años, Buenos Aires había cambiado ¡los turista la invadieron! Principalmente los que venían a aprender a ¡bailar tango! Los viejos barrios se llenaron de academias.
En la calle Perú en una centenaria casa estaba la del maestro del ¡dos por cuatro!: Don Eusebio ¡Un bailarín de la vieja escuela!, que con sus huesos y articulaciones gastadas daba clases aún; mientras que sus mejores alumnos enseñaban los primeros pasos.

Una mañana golpearon el llamador de bronce de la academia; Don Eusebio bajó ¡seguro que era un turista! interesado en sus clases. Abrió la puerta dintel.
Una joven menuda de no más de veinte años, con una corta minifalda de jean, ¡hacia un esfuerzo! para hacerse entender:

____ Queque...qui...ero aaapren....der a bailaar ¡tan!¡tan....go!

Don Eusebio se sorprendió y la invitó a subir mientras le preguntaba su nombre:

___Liberrrtad___ Dijo la nueva alumna.

La presentó a sus viejos alumnos:

__Se llama ¡Libertad!...y desde hoy nos acompañará___ Dijo mientras miraba a las parejas.

___El japonés no, el alemán tampoco... ¡haber vos...Natalio!, empezó a enseñarle a mover ¡las tabas! a Libertad___ Dijo el maestro y lo llamó con la mano.

Se miraron a los ojos mientras sonreían, la tomó de la mano, y en dos o tres tangos la llevaba con tanta comodidad ¡que pintaban! como una buena pareja de bailarines. Esa noche Natalio la acompañó a su pensión. Sabia lo difícil que era para ella comunicarse -no le hacía preguntas. Cuando ella quiso despedirse él ¡le cubrió sus oídos con sus manos! y ella gesticuló perfectamente un:”Gracias por acompañarme”. Libertad al mirarlo se percató por primera vez que Natalio tenía ¡los ojos de distinto color!

El sábado siguiente en la academia, Libertad y Natalio mejoraron rápidamente sus pasos y su comunicación. Él le tapaba con sus manos los oídos, y ella hablaba sin parar; Natalio… ¡realmente nunca supo de dónde sacó esa técnica!
Con el tiempo, Libertad le contó que ella era miembro de un partido de izquierda, que se encargaba de ¡escrachar públicamente! a los represores. Que la conocían por Gomerita, no por su apellido Gómez sino por la ¡gomera! con la que le sacudía bulonazos a los milicos.
No era de extrañar que se estuvieran enamorando.
Formaron una pareja de tango y después se fueron a vivir juntos a la pensión de la calle Perú.

Los sábados y domingos bailaban tango para los turistas en Plaza Dorrego. Compraban todas las pilchas que encontraban de la época y salían de la pensión vestidos: Ella con su ropa de canchengue que dejaba ver sus hermosas piernas, sus medias caladas, botines de taco… y él con su saco de compadrito de ribetes negros, pañuelo al cuello, sombrero a lo Gardel y botín enterizo de taquito. No estaban empilchados de la época ¡Ellos eran de la época!
Sus movimientos no tenían igual. Los turistas recompensaban el espectáculo con billetes, y Libertad se encargaba de ¡pasar la gorra!
Habían nacidos ¡uno para el otro! Ya no usaban otra ropa, desde la tarde hasta el día siguiente ¡empilchados de tango! Los turistas le sacaban fotos y ellos ¡fingían una pose… y se mataban de risa!
En las milongas, bares y cantinas mostraban con orgullos su cartel de espectáculos:
”HOY LIBERTAD y NATALIO”.
Ganaban como para que en poco tiempo podrían comprar un departamento, pero no demostraban interés por el futuro.
Sabían que vivían el presente ¡enamorados y felices!, y ni siquiera el tiempo con sus aliados: las enfermedades y la vejes se los iba ¡a arrebatar!

Alguien preguntó por Libertad en la pensión. Ella lo saludó:

___¡Hooola, Jeremmias!__ ¿Nooo me diiiigas que meme traes flo flores?

Jeremías -el Zurdito- le respondió:

___ ¡Sí! dentro del ramo ¡está lo que me encargaste!

___¿Sabes usarlo? __¡Me imagino…No!

___¡Siiii, aaannda tranqui! ___¡Beeesos…Chau!___ Despidió Libertad a su compañero.

El destino de ambos estaba marcado, sabían que todo ¡estaba escrito desde un comienzo! desde el principio de los tiempos.

Festejaron la navidad solos. El 31 se pusieron la mejor de sus pilchas tangueras, y desde la tarde pasaban a saludar a los dueños de los boliches donde habitualmente bailaban; un par de piezas, dos o tres copas y continuaban hasta el próximo. Así lentamente se ¡acercaban a La Boca! donde finalmente esperarían el año nuevo.
La noche era calurosa y ¡las copas se sumaron una tras otras! No pararon de bailar todo el día.
El silbato y la sirena de los barcos anunciaron el nuevo año. En la cantina, Libertad y Natalio continuaron bailando con ¡frenesí! El efecto del champán no impedía que sus movimientos fueran únicos, y ¡en ningún momento dejaron de mirarse a los ojos!
Se sentaron frente a la galería de viejas fotos, que suelen tener ¡los boliches de antaño!, miraban esos rostros del pasado, como si los ¡hubieran conocidos! personalmente…todos ...absolutamente todos...¡ya habían desaparecidos! El tiempo los fue envejeciendo y lentamente ¡se los llevó!
Estaban felices por que ambos pasarían a la ¡eternidad! llevando el momento ¡más feliz de sus vidas! y llenos de juventud.
Natalio le pidió a la orquesta que le tocaran tres tangos bien canchengues y que comenzaran por El Choclo. Tomó a Libertad de la cintura y entre cortes y quebradas entrelazaban sus pasos con tanta poesía ¡como pretendiendo agregarle estrofas! a la letra.
Lentamente sus pasos los llevaron a la vereda…¡Cruzaron! la avenida bailando.
Finalmente, ambos eran una ¡sola! silueta de dos amantes, que se enmarcaban delante del oxidado transbordador. Un sublime beso...Libertad ¡desplazó sutilmente! su mano al bolsillo…
Sonaron dos disparos. ¡Juraría que fue uno solo! Natalio dobló despacio sus rodillas, y fue llevando lentamente a Libertad, hasta que la ¡acostó! sobre su cuerpo. ¡Todavía se besaban cuando sus cuerpos lentamente se enfriaban! Algunos petardos y cañitas voladoras disimularon el fatal desenlace.
Un auto con jóvenes alcoholizados pasó y gritó:

¡Heee Che!__ ¡Dale Negro!___ ¡Feliz Año Nuevo!, mientras que a la par les ¡tocaban bocinazos!

Una mancha de sangre se mezcló debajo de la pareja, y ¡corrió! buscando los desniveles del asfalto y de las juntas de los adoquines. Dibujaba…¡amorfas figuras! ¿Quizás eran letras? o ¡tal vez palabras!...Como queriendo explicar: ¡Los insondables misterios de una Promesa de Amor!


LEON BOUVIER