domingo, 13 de junio de 2010

HUELPÁN, EL INDIO PÁJARO

Huelpán, el indio pájaro Nov.2007


Huelpán escuchaba con atención a sus mayores, cuando contaban que fueron echados de los territorios de Buenos Aires, por la fuerzas de los hombres blancos o huincas.
Cada vez los empujaban más al sur donde la tierra y el clima eran peores, y difícil de existir.
Pero la ambición crecía y la gente quería más tierra para poblar. No era difícil…solo había que correr a los indios.
Así llegó a la Patagonia un ejército con la finalidad de vencer a los Mapuches y detrás de ellos iban los salesianos para darle una nueva religión.

Una avanzada a cargo del Teniente Aristóbulo Martinez, fue sorprendida por la envestida de un grupo de no más de diez indios de lanza, que dejaron un saldo de tres soldados muertos. En el reporte, el Tte. , escribió, que: Los indios eran muy jóvenes y que uno de ellos atacó por sorpresa como si fuera un ¡pájaro gigante! Bajaba con gran destreza los cerros montando un caballo oscuro y cubierto por ponchos negros, que movía como alas. Vociferando gritos como si fuera un águila. Agregó que: Mandó tras de él, pero era diligente pa´ la montaña y se le escapó, como si volara…

Repetía: ¡Ese indio difrasao es un mal ejemplo para mis soldados, y en una forma u otra voy a acabar con el desgraciado!

El indio pájaro empezó a preocupar a la milicia. Salían con temor de encontrárselo cara a cara, y por las cosas que se rumoreaba era muy bueno en el ataque y difícil de acabar con él.

El Tte., preparó la trampa:

____Cuando aparezca el pajarraco...toditos me lo apuntan con el Remingtón...hasta bajarlo…Dispués de muerto les sacuden a los demás.

Y agregó el ambicioso Tte.:

____Le doy de recompensa mi caballo a quien me trae sanito para Mí, el caballo oscuro del indio pájaro…Que salta como una langosta…¡Es único ese pingo!

Una veintena de desalineados soldados y un sargento mayor, salieron hacer una avanzada, para después ocupar territorio.
En un cañadón fueron sorprendidos por las lanzas del indio pájaro. Despavoridos y desorganizados trataron de parar la indiada. El sargento siendo fiel al mandato y a la tentadora recompensa, organizó el piquete con los fusiles…
Se escuchó: ¡Fuego! …Y un ruido unísono de diez disparos por lo menos le pegan al joven pájaro. Tumbado y herido de muerte se arrastraba para no soltar a su caballo. El sargento se le acercó, le manoteó las riendas y se dispuso a rematarlo con un tiro en la cabeza.
Huelpán sabiendo el final, gritó y sentenció una promesa para su pueblo:

___¨Huelpán no morir nunca….Huelpán vivir siempre en las montañas, en los pájaros, en los caballos…los zorros…¡Siempre va estar con su pueblo!¨.
Un disparo con el Lafaucheux terminó con el indio, el pájaro y su lucha. El pingo oscuro finalmente se lo quedó el Tte. Martinez. Cuentan que terminó en una subasta del ejército, y como principal atracción saltando en un circo.

Pasaron los años y nadie se acordaba de esta historia y de esta promesa.

En un pueblo de Buenos Aires, un panadero italiano tenía preñada su yegua blanca, a punto de parir. Llegó el día, y nació un hermoso potrillo negro. El Tano se percató que el caballito tenía marcado en su frente un par de alas de pájaro, que en pelo blanco resaltaba. Se inspiró y le puso el nombre de Lechuzo.
Lechuzo era un caballito especial, le gustaba subir a cualquier lugar alto. De repente aparecía arriba de un galpón o sobre un montículo de arena. El dueño estaba cansado de bajarlo:
___Te parecere a uno chivo….Lechuzzo___ Decía el Tano.

Cuando de grande, hacia el reparto de pan y siempre se subía a la vereda y era memorioso para recordar a los clientes.
Sus años de juventud se le fue tirando del carro del panadero. Al venderse la panadería, Lechuzo cambió de dueño y a un carro de sifonero le tocó cinchar sus próximos diez años.
Su hermoso paso, su trote, su prestancia de un criollo, lo fue perdiendo con el tiempo. Ahora quedaba ese matungo de espinazo curvado, de paletas salidas, y por bien que comiera siempre estaban sus costillas a la vista. Sus vasos ya nadie le importaba devasarlos. Pero había algo en él que lo hacía distinto de los otros caballos, siempre levantaba su cabeza y miraba al Sur como si algo lo llamara. Sus orejas las alineaba como si estuviera escuchando ¡un chiflido!
Su rendimiento no justificaba mantenerlo, así que su dueño lo regaló para una escuela de chicos diferentes. Lo rebautizaron Chupete y lo amaban por su mansedumbre. ¡Fue la alegría de muchos niños!
Un día se entreveró con otros caballos y lo cargaron para un frigorífico. Se escapó y… nunca se supo como hizo para saltar el alambrado.
Caminaba al Sur, ya sin dueño y sin nada para ofrecer. Era la imagen de un caballo viejo, flaco, vencido por los años. A la noche miraba al cielo como si se guiara por las estrellas ¡Olfateaba el horizonte!
Sus vasos deformados, sus crines y cola llenos de abrojos, su cuero lastimado…se agusanaba. Pero siempre ¡No faltaba un paisano! que lo enlazara, lo alimentaba, lo curaba y lo dejaba ir.

En un pueblito de la Patagonia -donde la tierra nunca valió nada- estaba afincada una pequeña comunidad Mapuche, que mantenía con recelo sus tradiciones y lengua.
Los cateos dieron con el petróleo y la tierra ahora valía por lo que tenía abajo. Una empresa gringa se decidió por la explotación y los indios molestaban. Así que se les propuso hacerle un pueblo nuevo, con casas y hasta un parque de diversiones.
Las propuestas eran en serio, y se estableció el día para la entrega del pueblo y los gringos darían -al parecer- el resto.

En medio de la ruta se clavó un palco y un atril para el discurso, y una jarra de agua bendita para bendecir la obra. El pueblo estaba reunido y resignado a entregar sus tierras. Un grupo de criollos mapuches de otras localidades venían a ver el gran acontecimiento del progreso, montados con sus mejores pilchas y caballos. Hacía décadas que no se veían tantos indios juntos.
El palco estaba repleto con la gente más importante de la comunidad, junto a dos o tres gringos de la petrolera. A lo lejos parecía que se venía el desfile indio. Esperaban que se acercaran para empezar con el discurso.
De un cerrito, venía bajando…una sombra…Que al acercarse iba tomando la figura de un caballo y ¡Al parecer negro! Cruzó al gentío y se puso delante del desfile. Marchaba al frente un caballo viejo de triste decrepitud, sucio, lastimado, rengueando, sus vasos parecían alpargatas desflecadas y su lomo se asemeja a un tobogán de plaza. Caminaba con orgullo y decisión. Todo el mundo comenzó a reírse de tan triste espectáculo. Un anciano comedido lo tomó de los crines y trató de sacarlo. Observó que en su frente tenía dibujado unas alas de águila. Pegó un grito: ¡Es Huelpán!.....es Huelpán! es ¡Huelpancito…!
Y le ató una bincha en su cabeza. Se acercó otro viejo y le prendió un poncho negro y otro le puso uno más.
El viento hacía que los ponchos se movieran como si fueran alas…¡Dando una imagen de un pájaro gigante!
Una palabra, un nombre retumbaba en el valle: ¡Huelpán….Huelpán…!
El gringo que se prestaba a iniciar el discurso dijo medio embroma:
___¨Si es un circo lo que está llegando ¨
El intendente que algo de sangre india le quedaba, dijo:
¡Es Huelpán!….¡Canejo!
Un capitanejo revoleó su baleadora al atril y al gringo lo tiró:¡Al carajo!
Otro, en lazó al palco y toda la comitiva: ¡Al suelo!
Juntaron las maderas del palco, más la maqueta del futuro pueblo y le prendieron fuego. No faltó que los criollos trajeran algunos corderos carneados y damajuanas de vino.
Entre su pueblo estaba Huelpán ¡Como si fuera un guerrero que vino a defender a su raza¡
Festejaron, comieron y chuparon. A la mañana todos estaban dormidos en la calle.
Alguien se dio cuenta que Huelpán, estaba tirado en el suelo. A un anciano se lo escuchó decir:

__¡Pobrecito…se …le reventó el corazón de…viejito!

Estaba frío, con sus cuatro patas rígidas y su boca entreabierta -que dejaba ver a su carencia total de dientes- y de sus ojos abiertos escapaba una mirada casi humana.
Un joven se acercó, se desprendió sus espuelas y se las ató en las patas, otro le arrimó su facón, y un borrachito le dejó su porrón de ginebra…Otros boleadoras y un lazo. El cacique y algunos capitánejos trajeron piedras y se las acomodaron en su alrededor; y todo el pueblo colaboraron con piedras y piedras de todos los tamaños, hasta que lo taparon.
La última seria para su cabeza. Y asombrados se dieron cuenta que: En la frente ya no tenía mas un par de alas dibujadas…ahora lucía ¡una estrella! Miraron al cielo y siguieron el vuelo errante de un águila hasta que se posó sobre una piedra. ¡De hay, el nombre del pueblo: ¨Piedra del Aguila¨!

Todos los años, las maestras rurales traen a sus chicos para ver el monumento de Huelpán. ¡El de la Dignidad y Orgullo indio! ¡Y todos corren para colaborar encimando más piedras! ¡Para hacerlo más alto!…

¡Por la dudas…para los olvidadizos!



LEON BOUVIER
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