domingo, 13 de junio de 2010

EL PONCHO PAMPA DE KAWELL

EL PONCHO PAMPA DE KAWELL


Como todos los días, Túten, una india de no mas de 20 y tantos años, embarazada de su quinto hijo y ¡a punto de parir!, salió con su yegua a buscar ramas secas de caldén, para hacer el sancocho diario.

A media legua estaban los toldos de su tribu Mapuche. Completada la carga se disponía a regresar, cuando entre sus piernas sintió el calor del derrame de su panza. ¡Tenía experiencia, y sabía arreglársela sola! Llevó a la yegua a un pajonal alto y en el suelo acomodó un cuero de oveja, enredó entre sus dedos la cola de la potranca, se paró detrás del anca y abrió sus piernas e hizo ¡fuerza mientras pegaba un grito! Un llanto de un fornido indiecito la regocijó; lo tomó entre sus manos y cortó a cuchillo la tripa que los unía, la anudó y lo cubrió con su poncho. ¡De lejos parecía que la yegua lo hubiera parido!

A su regreso a los toldos, las chusmas la rodearon y el viejo chamán le puso el nombre que marcaría su destino al recién nacido: “Kerfü Kawell¨, que quiere decir: ” Crin de Caballo”. Sus hermanos y compañeros de juego lo llamaban simplemente Kawell, y los Salesianos lo bautizaron con el nombre de Quintino Gauna.

Se crió como todos los niños indios ¡amando la libertad! Casaba con boleadoras, escuchaba a los mayores y aprendía toda ciencia que se relacionara con los caballos.
Pasaban los años y Kawell se había hecho un indio sabedor de los secretos de la doma de palabra, el de curar bicheras, y de sacarles los espíritus malos con la sangradas. Podía memorizar los nombres y el pelo de ciento de yeguarizos de una tropilla ¡No existía en toda la Patagonia alguien que supiera más que él! ¡Hasta se decía que conocía a los caballos por el ruido de sus pasos! Cuando más pasaba el tiempo más se agrandaba su saber, y no existía estanciero, veterinario o milico que no lo buscara para hacerle alguna consulta…ya sea para ¡comprar, curar o seleccionar! la caballada para la milicia.

Se amancebó con una de su tribu, le construyó un rancho de barro y ella le dio unos cuantos hijos. Con madera de algarrobo y tiento de cuero, le confeccionó un telar para que tejiera sus prendas.
Cuando tenía que ganarse un cobre, trabajaba de tropero, llevando hacienda o caballada de una estancia a otra. Desaparecía por meses. Siempre se lo reconocía por montar a pelo, por sus gritos en mapuche y las pilchas que calzaba: ¡Una bincha que le sostenía el pelo, un chiripá, botas de potro, espuelas y unas boleadoras atadas a la cintura! En verano andaba en cuero y en invierno campeaba el viento y el frio con su ¡poncho pampa! que le tejió su china, y que lo cubría hasta los pies. Hablaba en su lengua y entendía el castellano ¡Era reservado y observador!

A comienzo del 900 apareció por el Chubut un estanciero de Buenos Aires, que andaba buscando caballos ¡puros criollos!, que no se hubieran mestizado con otras sangres. Decía que era para resguardar a la raza ¡criolla argentina!, que por la selección natural se habían hecho fuertes, aguantadores y diligentes para el trabajo. Había una tribu, del cacique mapuche Liempichín ¡que tenía muchos de ellos!
Que mejor que Kawell o Don Quintino -como quieran que lo llamemos- para consultarle. Es así, que con sus conocimientos eligió los mejores criollos puros -más de 200 fueron- potros, yeguas, algunas preñadas y otras con sus potrillos ¡de todo tipo de pelo y alzada!
Lo contrató para que acercara a Buenos Aires la tropilla que compró. En dos meses llegó al pago de Ayacucho con su encargue completo y sano.
Don Emilio, el dueño de la estancia, lo conchabó como peón y cuidador de sus pingos criollos.
Quintino estuvo unos años trabajando. ¡Pero él había nacido indio y a un indio no se hallaba entre casas y alambrados!
Un día le dijo a Don Emilio que le habían ofrecido llevar una tropa de vacunos para el lado de Chile, que se ausentaría un tiempo y que después vería que hacer.
El estanciero sabía que lo iba a echar de menos y le dijo:

____ Mire Don Quintino, le voy a pedir el último favor...baya y tráigame una yunta de lo mejor de nuestros pingos.

Para sorpresa del estanciero se apareció con dos potrillos de año y medio más o menos.

____¡Este es Mancha y este es Gato!___ Dijo Quintino.

Una risa soltó Don Emilio, mientras le decía:

____ ¡Pero hombre si se los voy a regalar! ¡Son potrillos como los va a llevar!

Quintino sorprendido por el ofrecimiento ¡confundido!, si a él jamás nadie le regaló nada y menos dos caballos.

___ Tenérmelo patrón, algún día ser grandes y Kawell venir a buscar__ Dijo Don Quintino

A la semana, Don Quintino, estaba listo para su partida.


Los criollos no lloran pero las lágrimas son traicioneras, y ambos en el fuerte abrazo mojaron sus hombros.

____¡Tome lo prometido paisano! ___Dijo Don Emilio.

Extendiendo su mano le alcanzó una fotografía, que tenía de Kawell con sus dos potrillos -que la había tomado en el último invierno- y le regaló ¡su facón encabado en asta de siervo!
Un ¡Huija! gritó Kawell, taloneó a su reservado y en cuero partió.
Ya era tarde cuando se percataron del imperdonable olvido del indio: Encontraron sobre su catre, a su poncho pampa, plegado. Nunca se supo si no lo había dejado apropósito como regalo para Don Emilio, que por el temor a que se lo rechazase, o quizás fue un pretexto para ¡volver a buscar! a sus pingos en el futuro.

Nunca más se supo de Don Quintino, desapareció de la Patagonia y de Buenos Aires. Algunos decían que andaba por el Sur de Chile como arriero, otros que había muerto en un cruce de la cordillera.
La verdadera historia era distinta:
Don Quintino llevaba hacienda para el Pacífico, en donde la despachaban para Estados Unidos. Se familiarizó con la gente del puerto y ya entrados en años cargaba huano en los barcos. Se hizo changador, y un barco lo llevó a Norteamérica. En San Francisco la empresa naviera lo dejó a él como a tantos otros chilotes, abandonados ¡sin plata ni documentos! ¡Kawell nunca supo realmente donde estaba!, y con el tiempo lo contrataron unos mexicanos para cosechar sandía. Al final de la década del 20 andaba por Nueva York, viviendo en la intemperie ¡haciendo cola en la olla popular y vestido con ropa de caridad! Era un pordiosero más de los tantos que la crisis del 20 dejó en la calle.
Se reunía con un grupo de hispanos, de negros e indios americanos. Compartía sus piojos, su ron y sus cigarrillos. Nadie sabía su nombre…y si un indio le preguntaba ¿de qué tribu era?, él contestaba:

___ ¡Yo Mapuche!

___Mi Navajo __Decía el indio americano.

___Mapuche___ Repetía Quintino con orgullo.

___Tu Comanche ¡Mapuche no existir!__ ¡Tu Apache, no Mapuche! __Decía el indio Navajo.

Finalmente lo conocían por el Apache. ¿Qué ironía?

En sus largas borracheras, deliraba y balbuceaba en su lengua mapuche:

____¡Paisano küpan kintun! (paisano venir a buscar)

___Ñi Che, yenien ñi mapu. (Mi gente llevar a mi tierra).

___¡Kawell criollo ñi küpan! (Caballo criollo buscarme).

Repetía estas palabras que ¡nadie entendía! todos los días, hasta que se quedaba dormido sobre la vereda.


En Argentina una inesperada visita y propuesta escuchó Don Emilio. Un gringo quería unir a la Argentina con los Estados Unidos a caballo, y que mejor ¡que dos caballitos criollos para la gran hazaña! El gringo trataba de convencer al criador, cuando ya el estanciero estaba pensando que yunta elegiría. Le hizo…una seña a su peón y le habló en el oído.
Al rato le trajo encabrestado dos pingos:

__Este es Gato y este es Mancha ___Dijo Don Emilio.

Agregó:

___Fueron elegidos por Don Quintino, un paisano que sabía mucho de criollos__ Y esté seguro que ¡estos dos pingos! lo va llevar a su meta___

___Llévelos amigo____

___Después, me los trae ¡para que se mueran de viejitos en su tierra!__
Dijo Don Emilio, mientras le apretaba la mano a Don Aimé.

En abril del 25, partió Don Tschifeely con Gato y Mancha rumbo a Norteamérica. Entre sus pertenencias llevaba un regalo que le hizo Don Emilio a último momento: ¡le entregó el poncho pampa de Don Quintino! que había quedado en sus manos.

Así comenzó la odisea. ¡Es conocida la travesía de estos dos caballos argentinos! Desafiando las alturas, los desiertos y la sed -¡y solito comiendo pasto al paso!- recorrieron más de 4000 leguas, llegando a Nueva York, en Septiembre del 28.
¡Infinitas noches frías y vientos huracanados cubrió el poncho al jinete!
Trajeado a lo gaucho con la bandera argentina en una caña, avanzaba Don Aimé por la Quinta Avenida.
La gente miraba con extrañes y admiración a este gaucho, que con su caballo recorría los pocos metros que le quedan para ser recibido por el alcalde.

Un viejo desaliñado de larga cabellera blanca, tirado en la vereda y con la oreja sobre el piso, comenzó a balbucear:

___¡Trelpong….trelpong kawell….kawell criollo!__(¡ Es el trote de un caballo criollo!).

Se levantó, caminó hacia la Quinta Avenida, y vio que a no más de cien metros venía ¡un gaucho con una bandera celeste y blanca! ¡Montando un criollo! ¡Como saliendo de un sueño sentía que se le deboca el corazón! ¡Corrió!
El viejo indio abrió sus brazos y fue a su encuentro ¡Sorprendiendo al triunfante jinete!; gritando con llantos de alegría, y exclamando:

___ ¡Küpan kintun ñi Paisano!___ (¡Venirme a buscar paisano!)__

___¡Huinca Gaucho!___(¡Gaucho!)___

____¡Llenen ñi mapu Argentina!___ (¡Llevar a mi tierra Argentina!)___

___ ¡Ñi Mapuche!___ (¡Yo Mapuche!)___

___¡Lalen ñi mapu che!___ (¡Morirme en mi tierra mapuche!)___

Fijó su mirada al caballo y le gritó con fuerza:

___¡Kawell!

Y el pingo clavó sus patas de repente y sus orejas las alistó al frente como ¡si conociera ese grito! desde que era potrillo.
El jinete espoleó al animal…y por primera vez ¡desde que salió de Buenos Aires se negó a una orden! Sorprendido miró a ese anciano, que con sus ojos opacados por los años de soledad y de tristeza, se le acercaba pronunciando algunas palabras que le eran familiares.
El indio que avanzaba con los brazos en alto y abiertos ¡se abrazó al pescuezo del caballo!, y llorando tocó la bandera:

__¡Mapu Argentina!___ Balbuceó.

___Recadito, basto, lasito, ñi estribos___ Decía despacito.

Aimé estaba desconcertado, no entendía como un indio americano supiera tanto de su tierra. Lo seguía con la vista mientras el indio manoseaba al caballo. Pero de repente sintió como ¡si un puñal le atravesaba el alma! y un escalofrió corrió por todo su cuerpo.
El indio pronunció con ternura y pesar:

___Manchita, Manchita, Mancha…¡Ñi Mancha Kawell!

Miró al sorprendido jinete y mientras se golpeaba el pecho con su temblorosa mano, decía:

___¡ Ñi Mancha, ñi Mancha, Ñi Kawell!____(¡Mi Mancha, mi Mancha, mi caballo!).

Solo doscientos metros le faltaba a Aimé para llegar a su ansiada meta, donde coronaría la grandeza de sus pingos, pero ese hombre que abrazó a su caballo ¡había cambiado todo!
Desmontó, tomó ¡el poncho pampa que tenía olor a su tierra y el polvo de veinte naciones!, fue al encuentro del paisano, ¡se lo puso por la cabeza y lo cubrió hasta los pies!, lo abrasó con toda sus fuerzas…y un nudo en la garganta impedió que le saliera una sola palabra. El anciano balbuceaba palabras de alegría y a la vez cortadas por el llanto:

___¡Ñi poncho pampa, ñi ponchito pampa!

La gente empujaba al indio y obligaba con los aplausos y las ovaciones a que el Gaucho Argentino finalizara su gran epopeya.
Aimé continúo, y en sus últimos metros repetía en voz baja:

¡Poncho Pampa!
Tejido por manos indias
Dibujado por el destino
Con su trama de hilos oscuros
¡Y salpicado de cruces blancas!

Atrás quedó ese enigmático indio, que entre la multitud repetía:

___¡Ché këlleñutun kuifiwëla!

____ ¡Ché pailalen! ___ ¡Ché pailalen!___ (¡Hombre llorar largo tiempo, Hombre estar en paz!).


Al día siguiente en el The New York Time -en su primera plana- la ocupaba el jinete argentino con la bandera patria, llegando a su meta con su caballo Mancha. ¡Glorificando la fama del criollo argentino! ¡Bien ganada! después de recorrer tantas leguas. Mas abajo en un subtítulo a pie de página, apareció:

”El frio se cobró otra víctima…La policía halló sin vida a un pordiosero, tapado por un poncho. Sin nada que lo identificara. Y entre sus pertenencias encontraron ¡un pequeño cuchillo con mango de asta! y ¡Una descolorida foto de un indio con dos potrillos!”


Junio 007 LEON BOUVIER

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